El autor Pablo Terlizzi escribió la novela Mentira que me gusta, publicada bajo nuestro sello, El Pulpo Literato, y estamos alucinados por su talento.
Se trata de una novela policial noir que reinventa este subgénero al siglo 21 de una manera que ningún lector quede indiferente… Pónganle el nombre que gusten: intriga, espanto, risas, asombro, vértigo. El libro es tan desopilante que no podíamos más que anhelar abrir el capó y examinar qué había en la cabeza extremadamente loca creativa detrás de semejante obra. El resultado, aquí:
Pablo, hace tiempo que queremos adentrarnos en la construcción de tu novela Mentira que me gusta, un thriller que explora el terreno difuso donde la ficción y la realidad se tocan. Contanos cómo lo pensaste y por dónde empezaste a armar la historia.
Francamente, en esta oportunidad hice todo lo que no se debe: empecé a escribir sin tener nada pensado. Ni trama, ni sinopsis… Ni siquiera sabía qué personajes incluiría en la novela. Un día, hace muchos años, simplemente comencé a teclear y me dejé llevar por lo que iba surgiendo. Algunas situaciones de mi vida y algunos sueños que tuve fueron aportando contenido a la trama, y luego detalles que la hacen tragicómica. Sólo a mitad de camino, cuando me pareció que el experimento había dado resultados interesantes, me preocupé por estructurar la historia y desarrollar a los personajes buscando ya una novela bien acabada. No recomiendo que hagan esto en sus casas.
Y en ese proceso creativo, ¿cuándo apareció el título? ¿Qué podrías decirnos de la mentira como recurso en la novela? El lector ya se adentra en la historia con un pacto tácito sobre cosas que pueden no ser reales.
¡Nunca mejor analizado! Surge en un momento en el que, hablando conmigo mismo sobre quién era Vigo (el protagonista), apuntalo: “bueno, le gusta estar solo”; pero, al instante siguiente, me salta a la cabeza “¡no!, es mentira que le gusta” (cita mental textual). En ese momento me di cuenta de que tal debate es justamente el que debía plantearse con él. Un tipo que va por la vida como un antisocial, despreciando toda relación que no sea sexual o de negocios, pero que, en realidad, no quiere estar solo. Necesita amor.
También me pareció atractivo el juego de palabras en relación a la frase conocida “mentime que me gusta”. En cierto punto, siento que el título de la novela se mofa un poco de esa frase cursi y cliché; por ende, se reinventa a lo largo de la trama.
El personaje principal es guionista, pero en las instancias de la novela se dedica a la dramaturgia. En su teatro suceden cosas que a veces están en su mente, otras veces transcurren en su obra, y en ocasiones la realidad se le escapa de las manos. Manejar todos esos niveles y sus transiciones no debe de ser fácil.
Desde ya. Desde antes que ya, pero cuando uno hace arte debe dejarse llevar por su propia lógica, que es romper con todas las reglas y criterios de, justamente, la lógica. No hay que obsesionarse con los detalles o la verosimilitud de los acontecimientos. Es arte; hay que dejarlo ser, y no cuestionarlo. Es como cuando le reclaman a James Cameron que, en Titanic, Jack también cabía en la puerta flotante de Rose y se podría haber salvado. No se trata de leyes de física: la historia tenía que terminar así.
Tu narrativa es muy ágil y accesible. ¿Cuáles fueron tus referentes a la hora de ponerte a escribir?
Para alcanzar lo vago e inconcreto, la idea era reflejar la personalidad del protagonista a través de una prosa directa. No puedo decir que se trata de mi estilo de narración habitual, aunque sí prefiero la narración rápida, sin pausas y con muchos conectores. Me gusta la idea de que el lector «sienta» a la persona sobre la que está leyendo mediante el estilo de narración de la obra. En cuanto a lo concreto, mi principal referente es Bret Easton Ellis y, fuera de la literatura y particularmente en el ámbito de la tragicomedia, los hermanos Coen, directores de cine.
Además del escenario en Estados Unidos y alguna psicopatía americana, ¿qué aspectos de Ellis te marcaron y surgen en la trama?
La prosa rápida, esa narrativa ágil y frenética, es fundamental. Me encanta la ironía y el absurdo de ciertas situaciones que naturalizamos en la vida real, pero que, al ser observadas desde la perspectiva de un personaje de ficción, salen a flote, resaltan, quedan al descubierto. Además, la crítica a la sociedad que puede realizarse a través de los detalles cotidianos del día a día.
Recién hablabas de los Coen. Algo interesante sería ver este argumento convertido en una película, porque tiene un ritmo, diríamos, cinematográfico. ¿Qué música imaginás que maridaría bien como banda sonora?
Voy por la máxima: Enio Morricone. Con un poco de Walking bass, en algunas escenas.
Nos hablaste también del arte de la improvisación al contarnos que empezaste a escribir sin conocer el rumbo de la historia. En términos musicales, ¿lo compararías con el bajo jazzero que acompaña los pasos de una Manhattan sombría? ¿O más bien con un solo de guitarra rockero?
Creo que tiene más similitud con la improvisación en medio de un solo. Ese bajo jazzero tipo «Walking bass» siempre encaja dentro de una estructura armónica y sigue una pauta determinada por la composición, por lo que no puede moverse mucho. La mayor expresión de improvisación ocurre en los solos. Si tuviera que comparar el hecho de comenzar la novela de esta manera con algo de la música, sin duda sería con un solo.
Y en ese solo disruptivo resuenan esos trazos que mencionabas de Ellis, propios de una novela provocadora, como, por ejemplo, en ciertas escenas sexuales altamente perturbadoras. Al mismo tiempo, el protagonista se siente provocado constantemente por los acontecimientos. ¿Fue tu intención que el lector se sintiera igual de provocado que Vigo?
Definitivamente. Hay una búsqueda de provocación y evocación. Pero lo más importante que uno puede provocar es la duda. Quiero que el lector se cuestione si los grandes conceptos plasmados en la obra y materializados de diversas maneras son realmente como los concebían. ¿Es machista? ¿Es feminista? Quiero decir, hay un choque de potencias conceptuales en la obra que espero que el lector pueda descifrar. Si no lo hace, al menos espero evocar sentimientos que cuestionen si lo moralmente correcto es verdaderamente correcto. Yo tengo una opinión al respecto, pero veremos qué conclusiones se le aparecen a alguien que lea la obra. Quizás, nada en absoluto. Y también estaría bien.
Agradecemos a Pablo Terlizzi, autor de Mentira que me gusta.